El relato de hoy, me retrotrae al año 2.000, año en que conocí a Playa del Carmen, pequeño pueblo de pescadores, que para ese entonces ya se perfilaba, aunque todavía tímidamente, como una de las bellezas del caribe mexicano que muy pronto explotaría turísticamente.
La aventura comenzó buscando un lugar tranquilo en donde alojarme para pasar unos pocos días que tenía disponible, y conocer el lado caribeño de México.
Alejada del bullicio, de lo comercial y de la agitada vida nocturna de Cancún, me decidí por buscar hotel en Playa del Carmen, destino que me habían recomendado por lo sereno, pintoresco y por la belleza de sus vírgenes playas.
Es así, que tras arribar al Aeropuerto de Cancún, tomé un ómnibus que me llevaría directo a la terminal de Playa del Carmen.
A esas alturas ya había caído la noche, y la temperatura era la típica que caracteriza al clima tropical, mucha humedad en el ambiente y bastante caluroso.
Al llegar a la terminal, reconozco que por unos instantes dudé en mi elección, y pensé por unos segundos en quedarme a pasar la noche allí y al día siguiente regresarme a Cancún, ya que el aspecto de esa descuidada estación de ómnibus, lejos estaba de ser atractiva a los turistas.
Esa había sido mi primera impresión de Playa del Carmen, y hoy reconozco casi avergonzada, que juzgué apresuradamente a este lugar, sin darme el tiempo suficiente para conocerlo.
Y por suerte, bastaron sólo minutos para convencerme de lo acertada de mi elección y que definitivamente ese era el lugar adecuado para pasar mis vacaciones.
A sólo tres cuadras de esa poco estética estación de ómnibus, se encontraba una ciudad pintoresca, colorida, bohemia, alegre y por sobre todas las cosas muy tranquila.
Necesitando ya un alojamiento en donde poder dejar mi equipaje y descansar un rato antes de salir a recorrer la ciudad, podía ya percibir la atmósfera que allí se vivía, montones de bares, alumbrados sólo por faroles o velas colocadas en sus mesas, escondidos a cada paso, con bastante gente, con ganas de divertirse, era lo que más resaltaba de esa calurosa noche.
Y es que estaba transitando casi sin saberlo, la Quinta Avenida, como se la conoce a la principal calle de Playa del Carmen, en donde se concentra toda la vida nocturna, comercial, y buena parte de la oferta de alojamientos económicos. Es así que llegué a la Posada en donde decidí quedarme a pasar mis días.
Muy amable la recepcionista (canadiense ella), me asignó una habitación y me acompañó hasta la misma, dándome las instrucciones básicas.
En el patio del establecimiento, pude disfrutar de mis momentos de relax, ya que contaba con un jacuzzi natural al aire libre, rodeado de piedras y vegetación.
Dejé mi equipaje, y después de conversar con la gente de la Posada, acerca del lugar y de las actividades y atractivos que Playa del Carmen me brindaría, seguí la pendiente de la calle, y a dos cuadras me topé con la playa propiamente dicha.
Allí seguía la diversión, ya que los bares se multiplicaban en la playa como plagas, y había tantos, que hasta costaba trabajo decidirse por uno para sentarse a disfrutar de una cerveza, o algún otro trago.
Ya conocida la movida nocturna de Playa del Carmen, regresé al alojamiento que estaba ocupando, dispuesta a descansar, ya que quería disfrutar al máximo posible los 7 días que tenía de vacaciones, lamentando y sintiendo que el tiempo me quedaría corto.
Al día siguiente me levanté muy temprano para aprovechar el día, alquilé un coche (un jeep descapotable color rojo) con la intención de conocer más de los alrededores y realizar algunas excursiones.
Mi primera visita fue a Xcaret, el famoso parque ecoturístico de la Riviera Maya, un parque temático en donde no falta nada para la diversión.
Tres Ríos, fue otro de los complejos que tuve la suerte de conocer, allí, intenté realizar buceo, pero mi claustrofobia, hasta ese momento desconocida, no me permitió disfrutar de esa actividad, por lo que dejé a mis acompañantes seguir con la instructora, y yo me conformé haciendo snorkel, que dicho sea de paso no me molestó en lo absoluto, ya que lo que el mar me brindó en esa oportunidad no me lo podré olvidar jamás.
Otra de las actividades que realicé en Tres Ríos, fue una cabalgata, bordeando a caballo la playa de este complejo.
También aquí, he tenido la oportunidad de conocer más de las costumbres del pueblo antiguo maya, ya que un grupo de actores, se encargaban de interpretar el tradicional juego de pelota y también a los voladores de Papantla.
Ya llegando casi al final de mi viaje, otro de los impactantes destinos que he conocido, en mi corta estadía en este paraíso maya, es Tulum, otra isla virgen localizada 64 km. al sur de Playa del Carmen, en donde quedé extasiada con el impresionante legado que los mayas dejaron, representados por monumentos y construcciones que se mezclan con la belleza del paisaje.
Playa del Carmen se encuentra muy bien comunicada con otros puntos turísticos y bellezas naturales del caribe mexicano, ya que sólo 68 km. la separan de Cancún, ciudad moderna y cosmopolita, o a 40 minutos de Cozumel, muy visitado por aquellos amantes del buceo, ya que allí, se encuentra uno de los mejores arrecifes, tanto que se lo denomina el Gran Arrecife Maya, siendo el segundo más grande del mundo. A Cozumel se accede a través del ferry que parte desde Playa del Carmen.
Así es Playa del Carmen, un lugar tranquilo, pero con mucho por ver y hacer, es aquel lugar en donde deseas vivir, o por lo menos el lugar al que definitivamente deseas volver, al menos esa es la promesa que yo me hecho cuando conocí este paraíso en México y espero cumplirla muy pronto.
Escrito por Jorgelina Massoni para eviajado.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario